martes, 26 de junio de 2012

You're all alone.

'Le oigo en mi cabeza. Y sé que tiene razón. No me pegó, aquella primera vez. Se limitó a estrujarme el brazo con tanta fuerza que las marcas de sus dedo parecía un tatuaje, un sol negro con cuatro pequeñas lunas que giraban alrededor.
Era verano, y no pude ponerme el traje de baño durante una semana, ni desnudarme delante de Grace, mi hermana, en la habitación que compartíamos. [...] Lo hizo porque bailé con el hermano de Dee Stemple y me reí cuando él me retó a repetirlo. Me retuvo, dijo, para que no pudiera alejarme, porque si me alejaba sería su fin, tanto me quedaría. La noche siguiente me subió la manga de la blusa y besó cada marca, y sus lágrimas las humedecieron, como para borrar el negro de los moratones y tornarlos blancos de nuevo, tan blancos como el resto de mi piel blanca, blanquísima, como si sus lágrimas poseyeran la virtud de absolver los pecados veniales, de borrarlos.

"Oh, Dios -susurró-. Lo siento muchísimo."

Y yo también lloré. En aquellos tiempos, cuando lloraba, siempre era por su dolor, no por el mío.

La pena y el arrepentimiento de Bobby Benedetto eran tan intensos como modulada y persuasiva su voz. Y qué inmensa era su rabia. Era como la nube de un tornado. Brotaba repentinamente de la nada y se transformaba en algo móvil que arrancaba el tejado. 
Huelo a cerveza, huelo a bourbon, huelo a sudor, huelo a mi propio miedo, aún más potente y fétido.'





Huida imposible - Anna Quindlen. 

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